Todos los niños creen que hay un monstruo bajo su cama, o en su armario, o escondido detrás de las cortinas, o quizá oculto bajo las sombras que forman los objetos cuando apagamos la luz.
En el caso de Lorenzo es verdad: hay un monstruo bajo su cama, uno pequeñito, pero hambriento, muy hambriento. Después de haber probado todo lo que el niño guarda bajo su cama, vé que nada le gusta. Hasta que prueba a absorber la oscuridad del interior de una caja de cartón. Ay, amigo, ahí encuentra lo que andaba buscando, algo que por fin le va a llenar el estómago.
¿Pero qué pasa cuando la oscuridad se acaba? Sí, en ella habitan los monstruos más monstruosos (incluso los pequeñitos), pero también sirve como refugio para los zorros o para los conejos en sus madrigueras, en la oscuridad salen los buhos y los murciélagos,.. Es más, si no hubiera oscuridad, ¿cómo veríamos el brillo de la luna y las estrellas?
Este cuento, con una sencilla historia, hace que incluso la oscuridad, la inquietante y temida oscuridad, tenga su lado bueno: nos la muestra como descanso para nuestros ojos de la luz del día y como la aliada que nos «acuna» por la noche hasta que conciliamos el sueño. Este pequeño monstruo glotón sólo anhela llenar un vacío en su interior, un vacío que ni toda la oscuridad del universo puede llenar, hasta que descubre que lo único que le hace sentir mejor es saberse acompañado. Al final del cuento, Lorenzo necesita apagar la luz para dormir.
Os propongo que, esta noche, los que necesitan dormirse con la luz encendida, les propongaís hacerlo con la luz apagada. Ya me direis si ha funcionado.
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